jueves, 24 de enero de 2008
Kiosko y ultramarinos.
La liturgia del trabajo en la urbe me ha maltratado durante todo el día. Trotando de una reunión a otra con el movil soldado al tímpano. He competido por la pole en cada semáforo ganando dos décimas al señor del maletín y ha faltado muy poco para estrellarme con su espalda cuando ha frenado para evitar caer encima de esa especie de mercadillos que montan los kioskos. Provocando el clásico atasco de la acera. Se pasa de tres carriles para estresados a uno, y al bajar la velocidad aprovechas para mirar por si puedes comprar cualquier cosa.
No dejo de sorprenderme con la diversidad de artículos que puedes adquirir a pie de calle al más puro estilo "top manta": té, enciclopedias, choped, libros, películas y debajo de los huevos y la leche puedes comprar el periódico que asoma entre los centros de flores.
El kioskero que antes estaba dentro de un espacio angosto e inhóspito ahora tiene una pequeña recepción y salón con dos ambientes. Para pagar hay que salvar una distancia de 1,5 metros entre la primera fila de productos y su ventanilla provista de cristal blindado, que nos obliga a ponernos de puntillas e inclinarnos hasta el mostrador, quedando en una postura que nos desasosiega. Pero todo este trámite nos da igual porque estamos comprando el recopilatorio del Maki Navaja, esa peazo de joya que creó IVÁ que nos educó en la adolescencia y que utilizaré como paliativo de esta enfermedad que se llama "CURRO DE MIERDA".
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
grandísimo post.
Gracias al maestro hemos crecido recios y con principios rectos. Todavía recuerdo el día de luto que decretamos al enterarnos de su muerte en accidente... ya sabíamos entonces lo que eran las erecciones y las resacas,lo que todavía no sabíamos es que no valían para nada...
Sniff vena nostálgica hermanos
Ivá. Siempre en el corazón.
Publicar un comentario