Karma

He disfrutado de una espera de 50 minutos en la Seguridad Social para una gestión que se debería poder hacer en 15 minutos. Al llegar tenía 29 personas por delante, por lo que me he dado un paseo y he vuelto un rato más tarde, pensando que con esta ingeniosa acción llegaría prácticamente en mi turno. Nada más alejado de la realidad, el paseo que pensé que era largo no superó los 10 minutos y al entrar aquello era un bosque de personas. Armado con un diario he podido entretenerme, pero cuando alzaba la vista el panorama no era nada halagüeño, una señora de nacionalidad extranjera se ha puesto a llorar desconsoladamente, estaba junto a una columna, rodeada de personas y al mismo tiempo en la soledad más hostil del anonimato urbano. Sin poder reprimir las lágrimas, entre sollozos y ajena a ese universo de almas en espera. Dos filas de personas era la distancia que tenía que salvar para interesarme por ella, pero inmóvil he observado como todos sabían de su tristeza y como hacían lo imposible por no cruzar en ningún momento la mirada con ella, supongo que era por el miedo a la involucrarse. He intentado recordar la última vez que lloré y no he sido capaz de rescatar ese momento. El pitido de mi turno ponía fin a la tétrica función, para que la funcionaria que me ha tocado me indicase de la peor de las maneras que tenía que haber ido a otro edificio y que no podía hacer nada por mi, señalando con el dedo me ha mostrado donde estaba la indicación que yo no había visto. Y curiosamente estaba oculta tras la persona que estaba llorando.
¿Me castiga el Karma?